sábado, junio 26, 2010

    

       Madre, me carga escucharte llorar,
       Especialmente por lo de siempre,
       Lloras con algo más que pena,
       Me explicas tu despecho,
       Pero eso ya paso. (…)

       No, vivo esta,
       Hirviendo en la desconfianza,
       Pero mi madre,
       Ella cuenta que mi padre su único hombre ha sido,
       Como con orgullo.

       Se acuerda,
       Y estallan sus gotas gordas al decirme que su marido
       se acostaba con otra mujer,
       Quizás aun, hoy, ayer, mañana, él,
       Y ella me repite que le ha sido fiel toda la vida,
       Como creyendo que yo no la entiendo,
       Y tiene razón,
       Yo ya me lo habría cagado.

       Se calma un poco,
       Apoya su cabeza sobre la muralla,
       Tumbándose, desplomando su sien en un ladrillo,
       Descansa, y entona un suspiro largo,
       Me regala vergüenza, rabia, pero más impotencia.
     
       (Pienso de nuevo)
   
       No debo llorar,
       ¿Por qué?
       Quiero hacerlo,
       Me contengo,
       Miro hacia el techo
       Y trato de no pestañear,
       No me voy a rebalsar.

       Ella al baño,
       Con sus ojos hechos bolsa,
       Ahora se están secando,
       Y aquel desahogo violento,
       Añejo dolor,
       Indeclinable vuelve,
       Reposa en una tasa de té,
       Mientras mi orgullo apenas
       se asoma por la ventana.